
A los ganadores de este año, más allá de mis interrogantes, felicitaciones. Conozco de cerca el trabajo de todos ustedes y es merecido el galardón.
"Con frecuencia, entre un bistrot y un tres estrellas, entre Thierry Breton y Guy Savoy, por ejemplo, usted se inclina por el primero y su pequeño restaurante, Chez Michel, al lado de la Estación Norte. ¿No teme molestar a sus lectores?
No, porque nos parecemos. Mis lectores han estado donde Guy Savoy y seguramente les pareció muy caro y sobreestimado. En cambio, tal vez, a instancias mías, estuvieron en Chez Michel, en la rue de Belzunce y les pareció formidable. Cuando echo un vistazo a sus comensales, me doy cuenta que son los lectores típicos de Le Figaro. No tengo inconveniente en hablar de lugares en donde la glotonería existe. Ésta se ha hecho popular, para nada ultra burguesa, tampoco lujosa. En todo caso, los gourmets no abundan ni en Guy Savoy, ni en el Crillon ni en el Plaza, que, para mí, son lugares de ficción culinaria: un poco abstractos, a veces buenos, terriblemente caros, lejos de nuestro alcance y del de los lectores".
Entrevista a Francois Simón. Crítico Gastronómico de Le Figaro, entrevista hecha por Ben Amí Fihman desde París. Resvista Exceso Cocina y Vino, Nro. 56 / Edición Aniversario.
Leyendo esta interesante entrevista, ha tomado cuerpo una inquietud que tenía mucho tiempo rondando en mi cabeza, pero que no había logrado definir: ¿Para quién estamos haciendo gastronomía en Caracas?
Hemos visto en las últimas semanas algunos eventos importantísimos para la "cultura gastronómica", comopor ejemplo, la cena inspirada por Scannone en el restaurant Le Gourmet, que incluía la armonía con los vinos pero rondaba los 740 BsF el cubierto. Encontramos, también, vinos cuyo costo en los locales hasta se cuadriplica con respecto al precio de venta al público.
Los restaurantes en nuestra ciudad, cada vez más, se están caracterizando por ser lugares para ver y dejarse ver, espacios que funcionan como vitrinas para la exhibición de los más modernos, selectos y atractivos looks, pero ¿dónde queda la calidad de lo que comemos? ¿Cómo queda la relación costo valor entre lo que comemos y lo que pagamos? ¿A quién tenemos en la cabeza cuando planeamos un menú, fijamos su precio y lo recomendamos? A los que puedan pagarlo, responderemos todos.
Y entonces ¿Qué hay de aquello de crear, consolidar o fortalecer una cultura gastronómica? ¿Es que sólo se puede disfrutar de la buena comida al pagar precios exorbitantes? ¿Dónde se puede comer en Caracas con una relación precio-valor justa? o ¿nuestros restaurantes son sólo para supermillonarios?
En la emblemática película de Luchino Visconti “El Gatopardo”, disfrutamos de varios almuerzos, comidas en el campo y cenas, sin embargo la más memorable de todas estas escenas gastronómicas es la comida que tiene lugar durante el baile de gala.
Esta comida ocupa casi la mitad de la película y tomó al maestro largas jornadas de trabajo: resulta que en el calor del palazzo seleccionado para grabar, las tomas debían hacerse durante la noche, y Visconti, socialista y aristócrata, exigía que la comida fuera real y recién preparada para que los cientos de extras y los protagonistas de la cinta pudieran comer en las tomas en que era necesario hacerlo.
Total que la hermosa y jovencísima Claudia Cardinale pasó noches en vela en las pautas de grabación esperando que la comida saliera, lista y humeante, de las cocinas que se habían improvisado en los sótanos.
Esta semana fui invitado, junto a un grupo de Food Critics, a almorzar en el Astrid y Gastón, según entendí para conocer las nuevas inspiraciones de la cocina de este conocido y costoso restaurante, parte de la franquicia internacional concebida por el peruano Gastón Acurio.
Luego de sobrevivir a la guarimba de los “sin techo”, que incluía hasta a una medallista olímpica, comenzó la verdadera experiencia: un menú de 7 platos servidos. Que iban desde un cebiche hasta el postre, total: tres entradas, tres principales y un postre.
Luego de convocar a las 11:45 a.m. al fin hacia las 2 de la tarde comenzó la degustación, mas allá de si la comida estaba salada o no (en realidad mucha de la comida estaba pasada de sal), si estaba sobre cocida o no (según algunas voces de la gente bella la quinoa y el pescado y los calamares estaban cocidos de más), en mi memoria solo queda el avance astronómico que nos mostraron: permitir que pudiéramos hacer la digestión de cada plato antes comer el siguiente, ¿en qué me baso para decir esto? que entre plato y plato esperábamos algo así como 40 o 45 minutos…. Como comprenderán terminamos con el postre hacia las 5 de la tarde… en fin se hizo ETERNA la comida, lo que me sirvió para imaginarme como se sentían Cardinale y Lancaster mientras esperaban pacientemente la comida para la siguiente toma de El Gatopardo.
Un elemento a resaltar es que solo estaban muy buenos el primer plato y el postre, otra novedad gastronómica, por aquello de “lo primero me levanta la expectativas sobre lo bueno que vendrá después” y “lo último es lo que más recuerdo” así que no importa lo que estaba en el medio…
A la final, después de oír los comentarios sobre el mal estado de las finanzas del local igual les agradezco que me hayan invitado a revivir la atmosfera Viscontiana en Las Mercedes